Había una crónica aquella noche. Podía haberle escrito sus besos, pero cerró los ojos sin besarlo y con la página en blanco. Durmió la crónica definitivamente y se arrancó la inspiración cerrando los ojos, suave, como quien sucumbe a la noche, más por hábito que por convicción.
Logró dormirse sin decirle nada y él creyó que nada tenía ella que decirle y quiso cerrar los suyos que se le negaban, abiertos, a una mujer desnuda y dormida, fácil de contemplaciones. Sin el pudor ocultándole partes.
Él tuvo que voltearse para conciliar su sueño…o su pena y ella se quedó impávida, sin crónica y sin él.
Un tiempo después se sentó y le escribió estas líneas. Las tituló despedida.