La operación fue un éxito

 

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En menos de 30 minutos, un tanzano, un djibutiense, en resumen, dos africanos residentes en Cirugía, pronosticaron una apendicitis e indicaron los complementarios que el cirujano de guardia (cubano) complementó con dos estrujones de vientre y cuatro preguntas de rutina. Y espetó su sentencia tan naturalmente…nada de signos de exclamación, pausas o de regodeo médico con el que los noveles doctores elucubran sus diagnósticos, queriendo asombrar, de paso, a todos los que le echan en cara tener un bisturí en la mano y 33 años en la espalda. «Estás en el salón ya”, dijo, y todo pareció muy simple.

Pareció.

Apenas extraer un apéndice con una bolsa en la punta que no llegó a inflarse lo suficiente como para reventar  y obligar a medio salón a lavar tripas. Dicen que las peritonitis son mortales muchas veces. Desde ese punto de vista, solo por haberla evitado,” la operación fue un éxito”.

Yo la vi. Siempre hay una enfermera que te enseña el trofeo. Tenía más cara de lombriz, que de tripa inservible, recodo del intestino que nunca estuvo ahí para nada, aunque ahora, dicen, es importantísima porque aloja bacterias.

Ocho horas, nueve horas, diez, once… doce horas después los antibióticos se burlaron de la naturalidad de una intervención quirúrgica. Si hasta entonces el éxito podía consumarse expulsando gases, cuatro horas sin Metronidazol sugerían que el antibiótico transitaba por conductos, aparentemente, más obstruidos. Tal operación presagiaba complicaciones.

Activé el sistema. Eso significa que, después de haberle preguntado tres veces a la enfermera, uno pierde la calma y baja tres pisos, hasta la guardia administrativa, una oficina donde la gente te escucha muy atenta y te explican los por qué.  “Cosas que pasan, como los accidentes”, me consoló uno de los encargados, mientras explicaba que los pedidos, a veces, se hacen tarde, y que, además,  en la farmacia del Hospital había una sola trabajadora…

̶ Puedo subirlos, ayudar en la farmacia, hacer algo. Me ofrecí.

“Vaya tranquila, que nosotros nos encargamos”. Y me fui pensando que a la pobre sola trabajadora le darían “un cocotazo”, que le impondrían doble jornada o que el engranaje para subir medicamentos del primer al cuarto piso tendría el antídoto adecuado, solo porque una periodista se había autotitulado representante de todos los pacientes que hacían más de 4 horas esperaban Metronidazol. Eso, lamentablemente, a veces funciona.

“Mire periodista, en la cama 11 y en la 13 llevan 24 horas sin antibióticos, dicen que falló el contrato”. Ese fue el desayuno 24 horas después de mi ausencia, porque de no ser la apendicitis de Yosme  nunca hubiese imaginado que la vida pendiera de contratos que se irrespeten  o, peor, no se firmen. Todo había empeorado y le fui con todo, irascible, indignada por la abulia con que se asumía un trámite médico, como si la vida fuera un protocolo.

Un poco más arriba, y al mismísimo hospital avileño llegó la Dirección Provincial de Salud. Reuniones, encuestas, sanciones y antibióticos para todos…los mismos que siempre estuvieron a tres pisos de la sala.

Parecía un problema resuelto, de la peor manera, pero resuelto, cuando al otro día el nuevo turno de enfermeras demostró que si los límites de mi ingenuidad son insospechados, los de la  indiferencia ajena tienden al infinito. “No hay Metronidazol para hoy. Mañana, cuando venga el médico, se hacen los contratos, se entregan, se hace el pedido…”

No alcancé a oír el resto. Bajé por tercera y última vez, vencida, solo para informar la debacle. Maldiciendo la maldita terquedad de mis actos, erigiéndole un monumento a la prescripción médica: era cada ocho horas. Era.

La operación de mi esposo había sido un éxito, pero la mía había fracasado. Al día siguiente le dieron el alta. Por supuesto, yo también me fui.

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